
Si no los protegemos nosotros, ¿quién lo hará?
Llevamos a NIH a un dentista en Mayagüez. Sabíamos que no iba a ser fácil. A pesar de nuestros esfuerzos, NIH no toleraba que tocaran su boca, y mucho menos que introdujeran algún objeto en ella.
Mamá entró con el niño. Luego me llama, porque soy quien lo cuida y entiendo “su idioma particular”.
En la sala de espera, no me percaté de la primera señal de aviso: hablé con un niño grande, paciente regular del doctor. Conversador, sincero. Interactuó perfectamente bien, hasta que le pregunté: ¿te gusta el doctor? ¿Es bueno? El jovencito se quedó mudo, bajó los ojos y se me fue del lado…
Cuando la mamá de NIH me llama, el doctor no me saludó; me lo negó realmente, pues viró su cara y solamente me miró mientras nos decía a ambas: papá o mamá solamente. Después de que la mamá lo convenció de que yo debía entrar, comenzó la verdadera odisea.
Con NIH en mi falda, y sin aviso, lo puso en una posición incómoda, para inmovilizarlo, una posición nueva para NIH (usted sabrá lo que algo “nuevo” significa para un niño con TEA que está asustado).
En ningún momento interactuó con el niño, como suelen hacer los profesionales para ganarse la confianza del menor. Y sin previo aviso, entró un cepillo de dientes a su boca y comenzó a cepillarlo en todas sus partes.
Los gritos, el llanto, el pavor… Nada detuvo al doctor. Yo le rogué que se detuviera, pero él decía: “Si él no quiere bañarse, ¿no lo van a bañar? Y si no quiere comer, ¿no lo van a obligar? Es lo mismo.”
Se ganó un doctorado “honoris causa” en ignorancia. Los niños y niñas con TEA sienten de manera diferente; se pueden lograr los objetivos (bañarles, alimentarles, limpiar sus dientes), pero tomando un camino distinto al tradicional. ¡Hay que saber cómo hacerlo! Y a veces toma tiempo. Y siempre se requiere amor y empatía para ayudarles a cambiar sus esquemas y superar sus dificultades. Los niños son personas que merecen respeto y consideración, no importa su edad o condición. No hay que tener un doctorado para internalizar esto, sino, una onza de inteligencia emocional.
Le dije entonces, categóricamente, que se detuviera. Y nos llevamos al niño a casa.
No hace falta decirles que el miedo de NIH se convirtió en fobia. El trabajo de las terapistas y el nuestro en casa, se perdió en una visita al dentista.
Luego, lo llevamos a un dentista en San Juan que sí supo trabajar mejor con NIH. Sin embargo, lo tienen que hospitalizar para poder trabajarle bien sus dientes.
Moraleja: Usted, como cuidador del niño o niña con TEA o autismo, conoce las sutiles diferencias entre el llanto de coraje, de frustración, de miedo o de pavor. Es su responsabilidad protegerlo, sí, hasta de aquellos que aunque tienen un título y supuesta “experiencia”, no saben cómo tratar a las demás personas. Cuidado cuando escuche “experiencia”, porque haber hecho algo antes, no significa que se ha hecho bien.
Puede dirigir sus comentarios a esta dirección: enidtc.blog@gmail.com