Categoría: Reflexión Cristiana

Cuando nada importa más que entrar al cielo, las cosas de la vida parecen perder valor. Se piensa diferente.

Por ejemplo, aunque se tenga dinero, el poder adquisitivo no es tan atractivo como la paz, el gozo de ver a Dios y el amor que se siente en el alma. Y a la hora de escoger entre el próximo millón o Cristo, no se pierde tiempo: Cristo. Aunque se pierda el dinero, aunque tenga que trabajar en lo que nunca quiso, aunque tenga que sufrir lo que nunca pensó.

Porque por más que nos afanemos acá abajo, no llevaremos nada terrenal con nosotros al cielo. No servirá la ropa, las riquezas, ni siquiera los amigos o seres queridos. No podemos llevar nada ni a nadie. Como llegamos al mundo, así nos vamos: desnudos, vulnerables, dependientes. Nuestra vida eterna dependerá enteramente de la gracia de Dios. Él será la provisión, la fuerza, la defensa, la riqueza nuestra.

Así que, cuando la falta de perdón quiera obstaculizar la entrada al cielo, o bien sea cualquiera de los placeres de la tierra, o el mayor de los pecados… No importa. Cuando algo o alguien se interponga entre el cielo y su persona, recuerde: nos vamos como llegamos, sin nada en la mano.

 “Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano.” Eclesiastés 5:15

“Y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.” Job 1:21