
“Nunca ve nada bueno en lo que hago, siempre tiene que criticar algo.” De esto se quejan muchos hijos cuando hablan de su padre o su madre. Y tristemente, de igual forma piensan sobre el Padre Celestial.
Sin embargo, lejos de estar pendiente de lo que hacemos mal para inmediatamente criticar y castigarnos, sus ojos están sobre nosotros buscando la forma de mostrar su poder en favor nuestro, cuando andamos con un corazón perfecto para con Él (cf. 2 Cr. 16:9). Pero, ¿encuentra Dios un corazón perfecto entre los humanos?
Bueno, lo encontró en Abraham, Job, Eliseo, David, Pablo y otros más. Seres humanos, imperfectos, pero justificados por Dios mismo, halagados por su fe y sus obras. O sea, ocurre algo así:
–Humano, sé perfecto.
–Dios, esto lo hice mal. Lo siento…
–Me di cuenta… Lo que tienes que hacer es: (matar un corderito, si era el tiempo del Antiguo Testamento, o pedir perdón a Cristo, el Cordero Perfecto en este tiempo).
–Hecho, Dios. ¿Me perdonas?
–Claro, por supuesto que sí. No lo vuelvas a hacer, ¿está bien?
–Trato hecho.
–Qué orgulloso estoy de ti por haber reconocido tu error. ¿Déjame ver…? Ok! Te voy a dar <<ESTO>> como una gracia adicional, para motivarte a seguir en el camino “de la perfección”.
¿Le parece absurdo o inexacto? No hay problema, porque para mí no lo es. Al contrario, así es exactamente como lo percibo al leer las historias bíblicas, y es exactamente así como lo siento cuando cometo mis propios erroes. No podría servirle a un Dios que no me amara a pesar de mis errores, que no me perdonara a pesar de haberme prometido que lo haría; un Dios cuya misericordia y cuya gracia se limitara a la estrechez de mis propios pensamientos.
Claro, las consecuencias de los errores en algún sitio van a aparecer. Pero la gracia de Dios sobreabunda y sobrepasa el peso de las consecuencias. ¡Cuánto amo a mi Dios y Padre Celestial!
Ciertamente, por causa de su santidad y perfección, jamás dará por bueno lo malo (ej. Is. 5:20). Pero podemos tener la seguridad de que se complace más en bendecir y en tener misericordia, que en impartir castigo (cf. Daniel 9:9).
Dios le bendiga. Gracias por acompañarme. Hasta la próxima.