
Los temblores y nuestra gente
Los temblores más significativos del 6 de enero (magnitud 5.8) y del 7 de enero (6.4 en magnitud), han causado grande destrucción en parte de la isla. Pero además de los daños visibles en casas, escuelas y otros edificios, estos terremotos han sacudido los cimientos de seguridad y estabilidad en los puertorriqueños.
Cientos de personas no se atreven entrar a edificios bajo techo, aunque sean hospitales o refugios. Pernoctan en estacionamientos, solos o con sus familiares, expuestos a enfermarse por el clima y la contaminación. En su mayoría, salieron huyendo sin mochilas de emergencia. O sea, no tienen nada, y no se atreven regresar a sus casas, o peor aún, no tienen ya casa…
Se han avisado de dos muertes directas por los derrumbes. Pero quizás sean más, porque, tristemente, si no sale el anuncio por las noticias, no sale el número en las estadísticas.
Si usted conoce a alguien fuera de la Isla que quiera enviar ayuda o contribuir de alguna forma, corra la voz: procure hacerlo a través de entidades privadas, sin fines de lucro, porque la burocracia gubernamental es demasiado lenta. Los que realmente están haciendo la diferencia son los mismos ciudadanos y entidades benéficas.
Ahora, si desea comprender lo que está ocurriendo en Puerto Rico a nivel geológico, BBC News Mundo publicó un resumen excelente y fácil de entender, el 7 de enero de 2020: Sismos en Puerto Rico: qué es la inusual “secuencia sísmica” que ha causado cientos de temblores en la isla desde finales de diciembre.
Aunque todo Puerto Rico está temblado, no toda la isla está destruida. Gracias a Dios, muchos todavía estamos en lugares seguros. Y aunque en cada pueblo hay quienes duermen en sus carros, el área geográfica más afecatada es el Suroeste.
Para mí, lo más que importa
Por último, y más importante: quiero recalcar la importancia de la seguridad del alma. Todo lo que vemos y amamos aquí en la tierra es perecedero. Ya sea por un terremoto o un fuego, o por vías menos escandalosas o evidentes, todo lo que es material o físico se desgasta y muere, incluyendo nuestros mismos cuerpos. Pero lo que vive en nuestro interior, el alma y espíritu, pasa de una vida material a una espiritual, invisible en nuestro estado actual, pero real.
Si miramos hacia nuestro interior, en lugar de a lo que tengamos de frente, nos daremos cuenta de que somos lo que somos por dentro; que vivimos en una caja de carne que reacciona a los impulsos de una mente, que a su vez reacciona por algo más profundo… Muy real.
Esta realidad existencial no la debemos ignorar. Las mochilas de emergencia y los planes familiares son indispensables. Pero, la preparación y planificación espiritual en caso de una emergencia como la muerte, tiene un valor incalculable, irremplazable. Si morimos, no tendremos una segunda o tercera oportunidad. Nadie puede venir a ayudarnos. Por eso, la vida que nos lleva al cielo, tenemos que vivirla aquí, en la tierra. Lo que realmente nos hace seres vivos, no muere con un sismo ni ninguna otra tragedia conocida; nuestro cuerpo morirá de una forma u otra, pero el alma y el espíritu vivirán en el cielo, o morirán simbólicamente en el infierno. Y no importa si creemos o no en uno o lo otro; lo que creamos no cambia la realidad de lo que exista más allá.
Yo sí creo. Yo vivo para estar lista. Y viviré para recibir la recompensa de los crédulos.
Puerto Rico también tiembla. Ya no solamente oímos de temblores frecuentes, ahora estamos viviéndolo como otros países hermanos. Pero los que guardamos la fe de Jesucristo de verdad, podemos testificarles que Él sí da paz en medio de los temblores, del huracán y de lo que sea que venga. Reaccionamos y resguardamos el cuerpo como todos deben hacerlo, pero también resguardamos el alma. Él es nuestro ancla cuando todo lo demás desaparece. Él da esperanza y vida, aún después de la muerte.
Termino con las palabras del salmista:
“Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar”.
Salmo 46:2 (RVR 1960)
Gracias por acompañarme. Hasta la próxima.