Categoría: Reflexión Cristiana
Recientemente viví una experiencia personal que me acordó el gran privilegio que es ser parte de la Iglesia. También me hizo reflexionar respecto a lo que la Iglesia no es.
Estaba sola, en un momento de presión y agobio, y simplemente alabé y adoré a mi Dios, creyendo y confiando en Él. Inmediatamente pude percibir (que es diferente a sentir) su respuesta (sin palabras, en mi interior). Fortalecida, aún sin ver el final del túnel, seguí con alegría en mi corazón por la convicción de que Dios es MI Dios, y obrará pronto en mi favor conforme a su voluntad.
Esta experiencia, sencilla, que consiste en tener paz y comunión con el Creador (sin el extremo de escuchar voces o recibir “mensajes especiales”), es parte de lo que vive la Iglesia. Porque la Iglesia no es un culto, cuatro paredes, ni un programa. Tampoco un servicio repleto de discursos positivos: “¡tú puedes!, ¡tú puedes!”
Ser parte de la Iglesia es poder mirar al cielo y saber que Dios es nuestro Padre. Saberlo y sentirlo así. No porque lo diga un pastor o ministro, o un papel de afiliación. Sino, porque los ojos espirituales de un hijo y un Padre celestial se encuentran; las miradas de un salvado y su Salvador se abrazan.
Inspirada en esto, escribí para mis hermanos en Cristo la publicación que les presento adelante: Lo que es la Iglesia, Parte 2.
Y como siempre, gracias a todos por acompañarme.
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