Categoría: Reflexión Cristiana
No dejo de pensar en lo maravilloso que es Dios. Cuando alcanzamos rendirnos a su voluntad, Él se desborda en actos poderosos a nuestro favor (cf. 2 Cr. 16:9a). Medito en esto cuando leo la historia del rey Joás.
“Entonces rodearéis al rey, cada uno con sus armas en la mano; y cualquiera que penetre las filas será muerto. Y estad con el rey cuando salga y cuando entre.”
2 Reyes 11:8 (LBLA)
Allí estaba el pequeño Joás, de apenas siete años (cf. 2 Reyes 11:21), rodeado de guardias que protegían su vida.
Era un niño. ¿Cuántas veces Dios, a través de Su Palabra, nos exhorta a que seamos como niños? (cf. Marcos 10:15, Mateo 19:14, 1 Pedro 2:2, otros). No como para que permanezcamos en ignorancia e inmadurez (cf. 1 Co. 3:1, 13:11), sino, para que le recibamos con un corazón sencillo, confiado, sometido, humilde… Como Joás, nosotros también podemos ser como niños dependientes de nuestro Padre celestial.
Era un rey. Sí, seremos reyes y señores cuando el Señor mismo reine sobre la tierra (ej., Ap. 19:16). Pero desde el momento en que nacemos en Cristo, somos como niños reyes criándonos en el templo hasta cumplir con nuestro propósito. Somos reyes, aunque todavía no hayamos aprendido todas las lecciones divinas. Pero al nacer en Cristo, nacemos con autoridad y con propósito.
Rodeado de armas. Los soldados y guardias rodeaban al rey todo el tiempo, defendiendo su vida con la de ellos mismos. Porque ese niño era especial; aunque a penas podía sostener el peso de su propia ropa, en un momento dado sostendría el peso de todo un pueblo sobre sus hombros, y sería el protagonista de uno de los mayores avivamientos de su tiempo — no por la fuerza de sus músculos, sino por la fuerza del amor a Dios en su corazón. Y por alguien así, Dios mismo se hace como muralla alrededor nuestro(cf. Salmo 5:12, 125:2, 91:11).
Un enemigo familiar. ¿Por qué Joás necesitaba tanta protección? Porque su abuela Atalía había usurpado el trono, dándole muerte a sus hermanos y reinando en su lugar. Qué triste, pero Jesús mismo advirtió que nuestros enemigos serán los de la casa (cf. Mt. 10:36). En vez de alegrarse por nuestro llamado, tendremos familiares que se opondrán feroces y violentos a nuestra vocación. Pero ellos mismo chocarán contra la Piedra de tropiezo que es Cristo contra los que se le oponen (cf. Romanos 9:32-33, 1 Pedro 2:8). Y si entendemos pronto que nuestra lucha es espiritual (cf. Efesios 6:12), no contra los seres humanos, vasijas engañadas, clamaremos a Dios por salvación y no seremos avergonzados de nuestra esperanza.
Somos rodeados de la protección divina, cuando nos sometemos a Él cual niños indefensos, que no confiamos en nuestras propias fuerzas ni capacidades, sino en el Dios que nos llamó con un propósito especial; y este maravilloso Dios nos guardará hasta ese momento en que brillaremos, no por luz propia, sino por la obra del amor de Dios en nuestros corazones. Después de eso, una vez cumplida nuestra misión, daremos la bienvenida a nuestra recompensa en el cielo. Porque, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos (cf. Rom. 14:8). Amén.