“Y [Asa] edificó ciudades fortificadas en Judá, ya que el país estaba en paz […] porque el Señor le había dado tranquilidad.”
2 Crónicas 14:6 (LBLA, adaptado)
Cuando buscamos a Dios de todo corazón, vamos a disfrutar momentos de oasis (cf. 2 Crón. 14:7); inclusive, Dios hará que aun nuestros enemigos estén en paz con nosotros (cf. 2 Crón. 14:6, Prov. 16:7).
Pero esta paz durará solamente un tiempo, porque mientras estemos en esta carne, tendremos guerra, pruebas y aflicciones (cf. 1 Rey. 20:22, Juan 16:33, Mat. 10:34).
Así que, con la misma sabiduría con que actuó Asa y otros reyes de Judá e Israel, también debemos actuar nosotros. En el tiempo de paz, nos preparamos para la guerra. Y una de las estrategias que podemos usar es fortalecer las murallas de nuestra ciudad o templo espiritual.
Fortalecemos las áreas de nuestra vida que pudieran estar vulnerables. Cerramos puertas, levantamos torres de verdad, nos metemos en Cristo y velamos como nuestros propios atalayas.
Nos sumergimos en la Palabra, la aprendemos y grabamos en la mente, pero también en el corazón.
Oramos y oramos. Así nos acercamos más al Señor. Buscamos el rostro de Dios (más que a sus manos), y nos enamoramos de Él.
Lo hacemos así, por si en la próxima batalla tenemos que escoger entre Dios y la familia, o entre Dios y un techo, o entre Dios y un bocado de pan; que escojamos siempre a Dios.
Porque si terminamos como Lázaro el leproso, despertaremos como él en el seno de Abraham. O si terminamos exiliados como Juan, que despertemos en la patria celestial. O si nos vituperan los amigos y familiares, como a Job, despertemos conociendo más a Dios. O si nos lapidan como a Esteban, nuestros ojos también sean abiertos, y veamos a Cristo en su trono y hacia Él vuele nuestra alma.
En el tiempo de paz, nos preparamos para la próxima batalla, fortalecemos más nuestra fe, y nos entregamos más y más a Dios de corazón.
Dios le bendiga. ¡Hasta la próxima, si el Señor lo permite!