“y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto.”
Éxodo 32:4, Reina-Valera 1960
Los israelitas quisieron celebrar fiesta y atribuirle honor a “los dioses que le sacaron de Egipto”. Pero Jehová los había sacado de Egipto, y Él claramente dijo que no se hicieran imágenes ni esculturas de este tipo. Pero los israelitas lo hicieron de todas formas.
Hoy en día, mis vecinos alrededor del mundo celebran la Navidad. Ellos y ellas tienen el derecho de celebrar lo que quieran. Se llamen cristianos o no, tienen derecho de nombrar, servir y honrar lo que quieran. Yo también.
Por ejemplo, yo tengo el derecho de no entrar en mi hogar un árbol y llamarlo “símbolo de Jesús”. Tengo el derecho de no cambiarle el nombre a un objeto pagano para así honrar las obras de Jehová.
Ellos y ellas tienen el derecho y la libertad de celebrar su fe y su religión como quieran. Yo decido no celebrar la Navidad porque tengo el derecho. Pero más, porque siento la convicción de que hacerlo no honra al Dios que le sirvo.
A Israel no le funcionó mezclar lo pagano y lo santo. Dios no se agradó. Yo le sirvo a ese mismo Dios. Y tengo el derecho de creer que la Navidad no es de Cristo. Tengo el derecho de creer que las buenas intenciones y el poner nombres de santos, no quita la mancha de la idolatría en aquellas cosas que todavía hoy forman parte de los cultos paganos.
El becerro no era Jehová.