
Categoría: Reflexión Cristiana
De seguro que estando en esta cuarentena se ha percatado de cuántas cosas hubiera deseado haber hecho antes: citas médicas – como la del temido dentista – o visitas a amigos y familiares.
“Si lo hubiera sabido…” ¡¿Cuántas cosas hubiera hecho si hubiera anticipado lo que vendría?!
Saboree ese sentimiento un segundo más y multiplique por millones de veces. Porque así será si ocurriera que un día despertamos (o dormimos) sin la esperanza de volver a vivir. Por eso, HOY es el día de arreglar nuestra relación con Dios. Hoy es el día de salvación.[a]
El valor de todo lo demás palidece cuando lo comparamos con el gran valor del alma y la vida eterna.
El precio pagado fue la preciosísima sangre del Unigénito del Padre. Ese precio que Dios pagó cuando miraba a su Hijo verter agua y carmesí por su frente y cuerpo mutilado, mientras cargaba el peso del pecado sobre sus hombros y manos estiradas sobre el madero; cuando, por un desgarrador momento, suspiró y le negó en estremecimiento su mirada atenta.[b]
El precio pagado fue que el Cristo Inocente y Cordero Perfecto, por primera vez experimentó la soledad pura encima de todos sus demás quebrantos. Fue la primera vez que sintió en alma propia el abandono, aquel que nunca en la eternidad pasada había experimentado otra cosa que no fuera unidad bajo la esencia y ligadura del amor.[b]
Nuestra Trinidad hizo el mayor de los sacrificios, sin tener el deber de hacerlo. Porque, la criatura se debe a su Creador. Y el Creador dispone de sus criaturas cuando quiere. Excepto que nuestro Eterno Creador decidió amarnos cuando le fallamos, en lugar de destruirnos.
Hoy es el día de entender que no entenderemos jamás el completo valor de nuestra alma, pues el precio de Dios encarnado clavado en una cruz maldita no se puede cuantificar.
Hoy el es el día de aceptar todo ese amor vertido, como libación, con tal de alcanzar la atención de nuestros corazones.
Con la salvación, nosotros ganamos vida y comunión con el Padre. Aunque sea difícil de entender, al menos logramos captar que el ser humano gana. Pero, con nuestra salvación, ¿qué gana Dios? ¿Qué lo movió a redimirnos? ¿Qué gana con que un puñado de humanos vivan bajo sus alas en el cielo, con que le miren, le amen, le adoren? ¿Cuán valioso es eso para un Dios tan grade y soberano?
(Pues, aunque yo no lo entienda, acepto que algo hermoso Dios puso en mis ojos, en mi alma, en mi espíritu, cuando me creó y me redimió. Si Él me dio forma para estar con Él, así sea.)
Hoy es el día de salvación para todos los que le creen, los que se arrepienten de sus malas obras, los que le confiesan para recibirle en su interior, y se comprometen a vivir el resto de sus días en la tierra dispuestos a honrarle y a sacrificarse ellos mismos por Él.
Al fin de cuentas, vale la pena. Todo lo demás palidece en importancia cuando se compara al valor que Dios le da a nuestra alma.
Dios le bendiga.
a. Cf. Hebreos 4:7: “Otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo, por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones.” (énfasis añadido) (RVR 1960)
b. Cf. Mateo 27:46: “Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (RVR 1960)