Hoy recordé lo siguiente.
Tuve un profesor de biología en la universidad que frecuentemente sacaba ratos para ridiculizar la fe cristiana.
Entre las muchas cosas que decía, nos explicaba que realmente no puede existir un cielo o paraíso en que no exista el dolor. Entonces, nos hablaba de la importancia que tiene el que el cuerpo sienta dolor (como mecanismo de protección, etcétera).
No era el momento de discutir con el profesor, así que no le ripostaba. Era su espacio, él tenía allí el derecho a la libre cátedra.
Además, “las perlas no se tiran a los cerdos” (cf. Mateo 7:6), pues, como dijo Pablo:
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.
1 Corintios 2:14 (RVR 1960, énfasis añadido)
Primero, sí existe un tiempo y un lugar de reposo, un paraíso, una ciudad celestial.
Nuestros cuerpos transformados sí podrán “sentir”, pues seremos perfectos. Pero, ¡no volveremos a preocuparnos por las enfermedades, por las persecuciones, por los temores: por el dolor!
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
Apocalipsis 21:4 (RVR 1960)
El peor dolor es perder la esperanza. El peor dolor es el que no se cura con medicina. El peor dolor es la ignorancia, porque se disfraza mientras te consume como la lepra.
Dios nos tiene preparado un paraíso en que el dolor no existirá más.
Qué triste que el profesor no tenía esta fe. Ojalá que en el camino haya entendido.
Gracias por acompañarme. ¡Hasta la próxima!